Sekher Castle of Ludy Mellt Sekher

 

UN ÁNGEL ME ACOMPAÑA
Por
Francisco Limonche Valverde

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5

¿Cómo es posible en un mundo interconectado e interpenetrado de redes, autopistas y conocimientos permanecer indiferentes ante la propia destrucción? Todos somos, en alguna medida, ruandeses, chechenos, bosnios, judíos..; y lo somos por cuanto somos ciudadanos del minúsculo pedazo de carbono, agua y hielo que se desplaza a velocidad de vértigo desde el más alejado punto del brazo de la galaxia, hasta una remota senda de estrellas.
Dios, la Virgen, los Ángeles... se han ausentado de este mundo. Inmersos en un seminario de actualización de conocimientos para enfrentarse a la locura, han dejado momentáneamente solos a los niños. Hay una terrible falta de programación por parte del Creador.
Los niños sufren; lo hacen en un grado difícilmente soportable, incompatible con un sueño reparador y de ilusión por el mañana. Se está construyendo el futuro sobre un montón de huesecillos torturados.
En Brasil los niños mueren a manos de los escuadrones de la muerte; en Colombia se pudren en las alcantarillas; en África los gusanos los devoran en vida.
Hay niños infectados por el sida, que nunca lo sabrán porque van a morir sin información o cariño.
Veía no hace mucho en Canal Plus, en un reportaje que no fui capaz de terminar, a un niño de unos seis o siete años, que no era capaz de mantenerse en pie sobre sus piernas enfermas, infectadas del virus del sida, como todo su indefenso cuerpo. Cada movimiento era para él llaga y dolor.
Abandonado de padres y familia, moría a los ojos del mundo, que ha puesto una ventana en cada casa y se solaza pensando que no se está tan mal frente a otros.
Y ese niño ha muerto sin saber por qué. Para él, el cariño de sus padres quizás mitigara parte del horrible sufrimiento que padecía. Pero murió sin saber lo que era jugar, reír o disfrutar, ni lo que eran unos padres. ¿Para qué lo trajo Dios al mundo?
Y hay niños "normales" que permanecen meses sin pisar la calle, enclaustrados en un piso de cuarenta metros cuadrados y a veinte a ras del suelo, sin tocar jamás un árbol, sin jugar con otros niños, sin sentir la vida tan necesaria.
Tanto dolor no puede quedar impune. Un niño que llora es un golpe en el alma, si es que tenemos alma. Pero exista o no, se transcienda o no, todos formamos parte de un algo que está sufriendo, y mucho.
La indiferencia de las gentes; el ruido que poco a poco nos mata, hace que todos nos volvamos crueles.
Recuerdo una tarde, caminaba con rapidez con ganas de llegar a casa. Al doblar una esquina y en un edificio que se encuentra justo enfrente del mío, observé cómo un grupo de personas miraba, sin hacer absolutamente nada para impedirlo, a un hombre de unos cuarenta y tantos años golpear a un niño de trece o catorce. El niño era, por lo visto, el autor de las cartas de amor que recibía la hija del energúmeno.
-- Pero... ¿qué hace? - le increpo, temblando por la indignación y el desconcierto.
-- !Usted no se meta donde no le llaman¡ -- me amenaza el individuo.
-- !Está pegando a un niño¡ -- grito y tiemblo.
-- !Este niño es un delincuente. Usted no sabe de lo que es capaz! -- me alecciona, aún gritando.
Y el niño, sangra por boca y nariz; llora mansamente.
-- Yo no he hecho nada - afirma y me conmueve.
-- ¿Que nos ha hecho nada? Vaya gracia tiene la cosa. Nos tienes la vida amargada con tus llamadas, con tus cartitas; con el timbre de la puerta -- sonríe con cinismo el criminal.
-- Yo no soy - se disculpa, y sigue llorando.
Ya no le golpea; pero al niño le falta un diente y tiene la camisa manchada de sangre. El energúmeno le mantiene aún sujeto por la camisa.
-- Por muy canalla que sea este niño, usted no tiene derecho a hacer lo que ha hecho -- le recrimino, sin apenas fuerzas.
-- !Sí tengo derecho. Es mi vida y la de mi hija; y no estoy dispuesto a que nadie nos la fastidie¡ -- me grita despectivamente.
-- ¿Quieres que te acompañe a la policía? No sé qué es lo que habrás hecho realmente, pero desde luego no pueden maltratarte de esta manera -- digo al niño, a la vez que con la mirada le pido perdón por la vileza ajena.
Y me duele mi cobardía, y el quedarme agarrotado por los nervios, incapaz de refrenar el ostensible temblor que amaga en ataque de nervios. De haber continuado el mamarracho golpeándole, no habría sido capaz siquiera de gritar.
-- Es una salvajada lo que le ha hecho -- acierto a decir
Y recuerdo esto ahora, porque me siento también niño. Si cabe, incluso más indefenso que él.
A la vez estoy descubriendo cosas en mí que me horrorizan. Cuando era un joven idealista, pensaba que de poder con mi vida o con mi sufrimiento aliviar los de la Humanidad, lo haría sin dudar.
Ahora sé que no soy capaz. Que busco el alivio a mi incapacidad, aunque para ello sea preciso dejarme morir.
Las sesiones de recuperación las veo más como una tortura sin sentido que como algo realmente eficaz. Unas manos que me transportan como si fuese un pelele. Alguien que me tumba; flexiona mis brazos, mueve mi cuello; dobla mi cuerpo en un espectáculo de feria, más que por sanar los músculos ausentes. Una piscina; el agua que no quiero disfrutar...
Miro con desprecio al fisioterapeuta. Un punto último de educación me impide mandarle a la mierda.
No tengo fuerzas para llorar. Quisiera hacerlo y aliviar con ello la congoja que me atenaza desde que abrí los ojos al dolor, hace de ello ya cinco meses.
Sí; soy un niño. Pero esta vez no habrá brazos que me acojan, ni madre protectora.
Debo estar pagando el mal que la Humanidad se hace a sí misma. No es posible permanecer indiferentes o mirar hacia otro lado, cuando a poco más de dos horas de vuelo y en pleno corazón de Europa, se masacra impunemente a miles de personas.
Si alguno de esos niños bosnios, serbios o croatas alcanzados por la metralla o traumatizados por la muerte de sus padres, consigue sobrevivir, ¿cómo se enfrentará al mundo? ¿Tendremos el valor de mirarles a la cara?
Arrastran un sufrimiento tan desproporcionado a su corta existencia, que a algunos más le valdría haber muerto que seguir viviendo. Jamás podrán borrar de sus vidas tanto horror y tanta miseria.
La joven bosnia que se cuelga de un árbol ante la indiferente mirada de seres sin alma que pasan junto a ella. Los niños que se alimentan, cuando pueden, de ratas o hierba.
Estoy pagando un precio justo, que otros muchos han de pagar con el tiempo. El precio que habrá de pagar todo Occidente, por empeñarse en mirar a otro lado y no atender más quejas que las ruidosas o cercanas.
El nacionalismo es un cáncer que matará a mucha gente. Se exacerba el egoísmo hasta un punto tal, que todo aquel que no es de nuestra etnia, pensamiento o lugar de nacimiento, es considerado diferente y/o ajeno, y en consecuencia repudiado, expulsado y/o asesinando, sólo por ser diferente.
Odio los nacionalismos. ¿Por qué se empeñan en vendernos la idea de un mundo sin fronteras, cuando las hay más que en ninguna otra época?
Han desaparecido algunas fronteras, es cierto. Pero sólo aquellas que ha interesado suprimir o no se ha podido controlar. No existen fronteras para las emisiones radioeléctricas o para la difusión de las ideas. Pero qué difícil resulta para un pobre vivir con dignidad o para un emigrante encontrar consuelo.
No hay excepciones. España es un país tan racista como pueda serlo cualquier otro. Europa se mantiene en una ficción, porque Europa todavía tiene para comer. Dios quiera que no falte el pan o el agua. Desaparecerá entonces esa solidaridad de pacotilla y la comunión de los intereses comerciales actuales.
En algunos lugares la gente muere por exceso de alimentación; en otros de lo contrario. Quizás además de darse la paz de una puta vez, el mundo debiera pensar en redistribuir con mayor equidad las riquezas.
Recuerdo cuando veía aquellas campañas de televisión tan impactantes que venían a decir "las imprudencias no sólo las pagas tú". Es cierto, aquí es donde se aprecia en su justa medida cuanto de verdad hay en ello. La muerte, no tiene solución y deja familias rotas. Pero sólo Dios sabe lo que ocurre con los que quedamos tetrapléjicos. Resulta en algunos casos peor que la muerte. Yo soy de los que no quiere ver siquiera a su familia, pero aquí hay chicos que de no ser justamente por la familia serían incapaces de sobrellevar sus vidas.
Mis padres sufren. Hay incluso amigos y compañeros que les delata el gesto. Pero justamente es eso lo que más me hace sufrir. Soy diferente, siendo igual a ellos. No quiero compasión. Pido que si he de seguir así para el resto de mi vida, me ayuden a morir. Es lo único que pido.
Reconozco mi participación directa en la indiferencia colectiva; en el egoísmo reconcentrado que nos hace mirarnos permanentemente al ombligo. Yo, ya he pagado. Me gustaría decir que asumo la totalidad de la culpa y que espero que de ahora en adelante el mundo sea mejor, para que nadie más se vea forzado a sufrir esta condena. Pero no puedo. Ni siquiera sufrí un accidente decente. Fui el torpe ciudadano que se relaja en la jungla y le muerde la serpiente cascabel.
!Qué locura de mundo¡ Abstraído como estaba, nunca antes había recapacitado en el tremendo despilfarro de vida que se comete. Se vive a velocidad de vértigo, queriendo ser el primero; aspirando a la excelencia y al liderazgo. Y eso no es vivir. Quizás sea sobrevivir. Pero yo creo que aquí se viene para aprender y compartir. No ser el mejor ingeniero o el que más dinero o notoriedad alcanza. Se puede ser el mejor ingeniero, pero a la vez compartir con los demás esas inquietudes que asolan al hombre desde el principio de los tiempos.
Estoy hecho un lío; un mar de dudas. Todas estas reflexiones me las debiera haber hecho hace tiempo. Ahora me llegan de golpe y no consigo asimilarlas, en parte por el miedo y en parte porque al verme forzado a ellas, nos las digiero en su totalidad.
Debiera haber reflexionado antes en la convivencia razonable; en el equilibrio entre profesión y ganas de vivir.
Tengo treinta y siete años. Estado civil soltero, y así será hasta que muera. No me he casado, porque todo mi empeño lo he puesto en el trabajo. Todas mis ilusiones eran ser el mejor; saber cuanto más mejor. Me olvidé de tener una familia; traer nueva vida a este mundo y compartirlo con la sangre de mi sangre.
Es demasiado tarde. No sé cómo me dejé llevar de esta quimera. Lo cierto es que ya no soy capaz siquiera de envidiar a los vivos.
Me gustaría transmitir un mensaje de cordura. El trabajo bien hecho es un bien necesario. Pero hay que acompañarlo de un sentido. No confundir el medio con el mensaje. Venimos para aportar algo a los que nos continúen. De igual modo que los que nos fueron anteriores nos aportaron lo mejor de lo que fueron capaces.
Es verdad que siempre ha habido guerras, devastaciones y crueldades extremas. En eso somos continuadores de los que nos antecedieron. Sin embargo, yo creo que nunca como ahora ha estado la Humanidad tan embebida de sí, pensando que éste es el último viaje.
Nada es intocable. Todo se altera o se manipula. Se arrasa en segundos lo que ha costado generaciones poner en pie. Se queman los bosques, se arrancan las viñas; se riega el secano y el humedal se convierte en desagüe para la industria tóxica.
Alguien ha de decir de una vez por todas! ya está bien¡ Vale de progreso, si ese progreso lo único que trae es que la gente sobreviva, a costa del respeto que se merece la Tierra que a todos nos ha parido.
La Tierra es madre, pero es también el niño que todos llevamos dentro; y que nos pide de continuo armonía, reflexión, respeto.
¿De qué me va a servir vivir lo que me resta, mermadas mis funciones, sin disfrutar del campo, del agua y de la vida? Más me valiera haber vivido lo que se me dio de crédito a plenitud; gozando del instante, saboreando lo puro y gozoso de la naturaleza; todo cuanto se ofrece para el deleite de los sentidos; y morir luego de golpe una vez completado el ciclo.
Hubo un poeta que dijo hace tiempo del pobre que pedía a las puertas de Granada, algo parecido a "ten misericordia, mujer, da a ese pobre, que no hay mayor desgracia que ser ciego en Granada".
Y cuando uno carece del sentido más importante: el del propio respeto, ¿qué cabría hacer con ese hombre, ciego y a la vez inmóvil?
Ya son cerca de seis meses los que llevo postrado. Apenas si he avanzado. Consigo asir alguna cosa liviana con la mano derecha. Me manejo con el mando del televisor y el botón de asistencia. Es cuanto he podido progresar. Ni siquiera puedo activar el control que posiciona la cama, para situarme a la altura que más me convenga. He de pedir ayuda para todo.
En las lesiones medulares, no hay avance médico que pueda servir de esperanza. Es probable que algún día la medicina consiga encontrar los remedios contra el cáncer o contra el sida. Pero no hay manera de reponer una médula rota.
He entablado conversación con alguno de los residentes. Debo decir que he realizado un descubrimiento curioso. No existen barreras sociales para las personas rotas. Lo mismo te tuteas con un señor de sesenta años, que le cuentas las intimidades más recónditas a un chico de dieciséis.
Gracias a Iván, uno de esos chicos, acepté intentar manejarme en una silla de ruedas. Al principio, y pese al drama de nuestras vidas, me parecía ridículo y me daba como un acceso de risa.
No era capaz de mantenerme verticalmente. Me caía hacía uno u otro lado. Poco a poco conseguí mantenerme recto.
He recorrido la totalidad de las instalaciones del Centro. No hay mayor conjunto de tragedias que las que se viven tras estas paredes. Personas que lloran; que saben que probablemente jamás vuelvan a comer solas o que precisarán de ayuda hasta para sus necesidades más íntimas. Sueños, ilusiones rotas; juventudes truncadas, atardeceres definitivamente oscurecidos.
Todos somos en el fondo ese niño que nuestra madre parió. Desvalidos, nos enfrentamos a un mundo que excluye y oculta los aspectos individuales poco atractivos para los triunfadores.
Nos gustaría asir la mano de la madre. Dejarnos mecer de nuevo en la cuna y volver a vivir para no caer en los errores cometidos. Pero lo cierto es que la madre envejece y también, como tú, tiene miedo.


6

Apenas si me quedan ganas de hablar de la familia y de los amigos, y debiera hacerlo. Todos tratan de hacerme la vida más soportable. Percibo su apoyo. No soy un mal nacido. Agradezco lo que se me da, máxime cuando no es posible que yo dé nada a cambio. No obstante, cuánto agradecería que no me atosigaran más; que el cariño a veces pesa más que la losa que definitivamente nos ha de cubrir.
Todos me temen, y jamás he sido menos peligroso en toda mi vida. Es cierto que he mencionado la palabra eutanasia; que creo que los seres humanos hemos alcanzado, a lo largo de los siglos, una serie de conveniencias sociales, que nos permiten hablar sin temores de derechos y obligaciones, de lo que creamos razonable hablar.
Entre los esquimales, cuando uno llega a viejo y representa un peligro para la supervivencia del grupo, se le abandona en mitad del páramo glaciar para que el oso de cuenta de él en un abrir y cerrar de ojos. Es un proceso ecológico, que entre otros agradece el oso.
Recuerdo también haber leído una narración, supongo que veraz, en la que una familia rusa atravesaba Siberia arrastrada por un trineo en mitad de la noche. De repente una jauría de lobos hambrientos se fue a ellos. El peligro era inminente. De no adoptar alguna solución perecerían todos. La madre, tomando al más pequeño de los hijos, y sin siquiera tiempo para darle un beso, lo lanzó hacía los lobos, que lo devoraron en un instante, dejando en paz al resto.
Pereció uno; el resto se salvó.
A mí me gusta este mundo de lobos. Creo que la gente del Centro ha conseguido hacerme entrever la posibilidad de que existe un mañana incluso para personas con una discapacidad tan severa como la mía. Pero eso es morfina del alma. Te alivia mientras dura el efecto; después los dolores se vuelven más intensos.
No quiero darle más vueltas de momento. He de poner en orden mis pensamientos. Han transcurrido seis meses y he pensado mucho. Sin embargo, todavía no he concluido el porqué de mi vida; qué sentido tiene mi existencia y para qué sirve o ha servido.
Intuyo que he sido una rueda más del inmenso engranaje que mueve al mundo de las personas. Tal vez una mota de polvo en la polvareda. Pero no acaba de gustarme lo que descubro. Nada mío va a permanecer cuando me vaya. Me iré con las manos tan vacías como las traje a este mundo, ¿o no? Tal vez mi vida no haya sido tan inocua como pretendo creer. Quizás haya contribuido a extender la mancha de insolidaridad que emborrona al mundo, con lo cual si cabe mi vida ha resultado perversa.
Busco en mi memoria recovecos de la infancia, de la juventud; cuando aún creía en las cosas buenas y me animaban ideales de un mundo mejor. Pero resulta que he querido, porque quería ser querido, nunca de manera desprendida. Al que no me ha querido, no le he querido. He dado cuando se me ha dado; nunca de manera desprendida.
He tenido al sediento, al hambriento junto a mí; y a veces le he dado migajas, más por quitármelo de encima que por verdadera compasión.
Mientras he sido fuerte, y capaz de contemplar erguido el entorno, no he atesorado para el invierno, que me ha sorprendido desguarnecido, sin reservas ni conocimientos para los momentos de apuro.
Creo que aquí se viene para saber; para beber de la sabiduría de los que nos antecedieron y transmitírsela a los que nos sigan. Hay quienes viven en retiro espiritual durante toda su vida, porque saben de lo efímero de la existencia. Hay quienes aprovechan todo el tiempo y aún les parece poco, para agrandar su conocimiento y beber de las raíces eternas, de esa luz que se dice todos llevamos dentro y resulta tan esquiva para quien no se transforma en un Dios interior.
Mis padres, a su manera, me aportaron una gran lección de sabiduría. Hay que tratar de ser feliz con lo que se tenga. No es más feliz quien más tiene sino quien menos desea.
No supe aprovecharme plenamente de esa experiencia. Para mí la empresa y el reconocimiento social constituían dos ejes centrales de importancia trascendental. No era tanto poseer como ser. Alcanzar la jefatura; luego la dirección. En definitiva el poder.

Qué equivocado estaba. No es que yo en particular resultara especialmente dañino en el empeño por alcanzar dichas metas. Pero contribuí con mi silencio al sufrimiento de quienes quedaron en el camino por los que no reparaban en nada, con tal de alcanzar los objetivos propuestos.
No he sido buen hijo ni siquiera amigo de mis amigos. Para serlo hay que ser capaz de ofrecerse sin esperar nada a cambio. Yo siempre he esperado algo de los demás, aunque sólo fuese un poco de atención.
Tal vez resulte muy primario; pero no concibo mayor gozo y satisfacción que el hecho de que la gente se interese por uno. No la preocupación que facilita el descanso por el amor al prójimo, sino por ser querido y apreciado por uno mismo.
La gente en los hospitales tiende a ser amable, comprensiva. Inconscientemente se ponen en el lugar de uno. Pero cada cual tiene su estrella; su rumbo, y no hay piedad o temor que los puedan cambiar.
Lo que me pregunto continuamente en por qué yo. ¿Qué he hecho que no hayan hecho otros para merecer esto?
Cuando a uno le toca vivir piensa que su tiempo es el más interesante, porque sabe de las calamidades pasadas y del gozo que supone el conocimiento de cuanto el hombre ha descubierto. Pero probablemente, desde el inicio de los tiempos, no haya mayor gozo que descubrirse uno por dentro.
Se ha investigado lo infinitamente grande y lo infinitamente pequeño. Se ha avanzado en el mundo interior, en la psiquis del hombre. Pero hay un algo que se nos escapa, quizás porque hablar de lo espiritual en un mundo tan tecnificado, suene a algo que no es posible reproducir en un laboratorio cuantas veces sea preciso.
No sé qué me ocurre. Paso de la depresión más negra y honda a un moderado optimismo.
Me veo haciendo cosas que antes no había realizado. Desde mi silla y con tantas limitaciones como sea posible imaginar, comparto juegos con otros internos.
Hay pequeñas tragedias humanas que abarcan un océano. Hay quien ha perdido a toda la familia en el accidente en el que él o ella quedó para su desgracia con vida. Hay quien ha dejado a esposa e hijos y un futuro cercano a la miseria para los que aguardan en casa.
A veces me siento un hombre con suerte. Yo sólo he dejado una novia que pronto hallará consuelo y unos padres dolientes, afortunadamente sanos.
El trabajo abarca quizás lo más importante de mi vida. Pero pienso que mi drama no sobrevivirá en el pensamiento de mis compañeros durante demasiado tiempo. Entre otras razones porque allí justamente falta eso: tiempo. No hay espacio para el sentimentalismo o la distracción.
¿Qué representa uno en este mundo frente a los demás? Uno necesita de los demás para la subsistencia tanto física como espiritual. Pero en el aspecto individual, los demás son tanto competidores como dadores de lo que tanto se precisa: amor y calidez.
Probablemente hasta los seres más sanguinarios buscan en el fondo de sus negros corazones una respuesta al espanto de vivir. Porque vivir, si se analiza con detenimiento, si se analiza con la espada en el pecho con la que yo me encuentro, no es nada más que sobrevivir. Se subsiste, sin alcanzar la plenitud y grandeza que debiera ser la vida.
La mayor parte de nuestras actividades se centran en aspectos físicos, sociales, de relación con los demás. Hay muy poco tiempo para quererse a sí mismo. No sé explicarme bien, pero no es posible querer totalmente a otro si antes no has alcanzado un pacto interno de cariño contigo mismo.
¿Acabará la muerte con esta pesadilla o será tan sólo un continuar de manera diferente? Admito que antes me resultaba difícil de admitir un continuar de la vida después de la muerte; pero no puede ser casual que desde el principio de los tiempos ese pensamiento de continuidad permanezca de una u otra forma en todas las criaturas, sin que no exista algo de cierto en ello.
Tal vez no sea un continuar tal como pintan las religiones o los sensitivos. Puede que sea que se pase a formar parte de algo colectivo, y lo individual, aún manteniéndose, se vaya progresivamente diluyendo en un todo. No lo sé. A veces me llegan como cuadros de fotografía que duran apenas nada, pero sigo sin hallar esa respuesta tranquilizadora que me mantenga a la espera del último instante sin mayores sobresaltos.
Imagino lo que debe sentir el preso. Vuela su imaginación y se ve libre de los barrotes. Tiene la posibilidad de soñar. De hecho no es probable que piense en la muerte como salida a su situación. Tal vez acumule años y años en su pensamiento, y congele el tiempo para, llegado el día, saciar sus ansias de recorrer los caminos que por un tiempo le han sido vedados.
Pero ¿y un parapléjico? ¿Cómo puede soñar con acumular días o años si no hay escapatoria posible?
Me llegan imágenes de la infancia; esas imágenes felices porque el pensamiento sólo mantiene los brillos del pasado, y contemplo a aquel niño sonriente que jugaba al escondite con los primos entre los árboles del parque. Yo quería mucho a mis primos. De hecho en mi corazón guardo el recuerdo de su cariño como un gran tesoro. A alguno, no he vuelto a verles desde hace más de veinticinco años. El paso de los años hace daño a la inocencia. Tal vez su amistad y cariño se vea hoy condicionado tanto por mí como por lo que la vida les haya deparado.
No quiero ser una carga para nadie. A mis primos les ha afectado la noticia de mi accidente. Pero ni uno solo de ellos ha venido a verme. Por un lado deseo su apoyo; por otro quiero conservar lo mejor del recuerdo y no perturbar las vivencias del pasado.

No me fue posible asistir al entierro de mi tío Raúl, que falleció por estas mismas fechas hará cosa de un año. La muerte congrega más que la enfermedad y yo me mantuve ausente de aquella ceremonia familiar, en la que el que se va precisa de tanto consuelo como el que se queda.
Lo que ocurre es que la familia ya no es lo que era. Se halla en crisis, como todo en este tormentoso final de siglo.
¿Cómo es posible que permanezcamos pasivos ante la tragedia que asola la antigua Yugoslavia? Se está matando y asesinando la esperanza de generaciones venideras. Parientes, vecinos, amantes, amigos... dejan de serlo y pasan a ser bosnios, serbios o croatas. No existe más familia que la del propio egoísmo, que se trastoca en colectivo. Pero el nacionalista que busca la pureza étnica, será el vecino que quiere el pueblo limpio de forasteros de mañana o el barrio de clase elitista de pasado.
No están matando a todos. Yugoslavia es nuestra familia, y la ignoramos totalmente. Seguro que el pariente olvidado y despreciado nos despreciará a todos nosotros cuando necesitemos de su auxilio algún día.
Lo peor de todo es el dolor de los niños. ¿Cómo se puede ignorar el dolor que imploran cuando la muerte les cerca? Esos niños, si sobreviven, serán bombas humanas el día de mañana. Nos harán pagar caro nuestro abandono.
Los jóvenes han olvidado toda esperanza y sólo sobreviven. Dejaron atrás estudios, novias e ilusiones. Serán guerrilleros de cualquier futuro organigrama terrorista. !Qué ciegos están¡
Europa vive tan obsesionada con los "mass media" que cualquier imagen sustituye al razonamiento equilibrado. Ese miedo a la invencibilidad de los serbios; ese terror a los féretros, que de todas maneras se están acumulando, ha aletargado las conciencias de nuestros gobernantes y, por qué no admitirlo, de todos nosotros.
Son pobres, musulmanes y además están relativamente lejos. Que se maten entre ellos. Es la indiferencia del hermano opulento, que ha llegado a la cima y observa indiferente al hermano pobre y molesto que pide ayuda.
-- A mí me ha costado mucho. Búscate la vida como puedas -- le dice.
No tener hermanos me ha hecho desearlos fervientemente. Me hubiese gustado compartir sueños, alegrías, reflexiones. Pero no existe la hermandad. Hay quien da su vida por los demás; quien ofrece todas sus energías por el bien común. Esos son hermanos de esta Humanidad, que les contempla como algo fastidioso por el incómodo papel que hace la mirada limpia en las conciencias oscuras.
Estamos enfermos de insolidaridad. Aparentemente hay muchas personas solidarias. Las cifras ofrecen en ocasiones una estampa que tranquiliza el sosiego de los que circulamos a velocidad de vértigo por la jungla de la vida. No es verdad sin embargo. De cada veinte sólo uno es capaz de tender su mano a quien se la reclama.
Hay personas que viven mentalmente en la Edad de Piedra. Buscan comida, sexo y poder. No han evolucionado. De nada les ha valido el enorme sacrificio de todos los que les han precedido. En parte, yo mismo era cómplice de algo tan manifiestamente primario e insolidario.
Me gustaría pensar que formo parte de una gran familia; que nada me ha de faltar porque otros pondrán la fuerza donde yo ponga la mano. Que no preciso más apéndices que los que mi imaginación se esfuerce en recrear, porque la familia humana cuidará y suplirá las carencias que el destino se ha empeñado en llevarse.
No; quien no siembra no puede recoger. Cuando pude, miré a otro lado. Mi vitalidad la reservaba para mí. Los demás eran algo molesto e incluso la competencia que se interponía ante la meta. Soy el menos indicado para reclamar que el mundo sea mejor; que todos seamos como las familias de antes, donde convivían en armonía y respeto jóvenes y viejos, inválidos y fuertes.
Nada más alejado del modelo de sociedad actual, donde sólo el triunfador tiene un lugar de honor en el salón de la casa; donde el título sustituye a la persona y el triunfo y el más difícil todavía, andan reñidos con las noticias y acciones de entrega, que en el mejor de los casos se admite como algo peculiar o una forma de distracción de quien no tiene mejor cosa que hacer.

 


 

 

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7

Eutanasia. Les daba miedo que mencionase la palabra. Pero lo hacía con naturalidad, sin sobresaltos o crispación.
Creo que, llegado el momento en el que la vida alcanza un punto sin retorno, y en el que no es posible ni el avance ni el retroceso, es conveniente cuando menos plantearse si merece la pena quedarse esperando un no sé qué tantos años, que se hacen siglos, en situación de espera permanente.
Muerte ¡Qué misterios y miedos evocan tu nombre¡
La muerte nos acompaña desde el mismo instante de la concepción. El óvulo y el espermatozoide se confunden y funden en un todo de instrucciones de vida y destrucción. Desde el instante primero el nuevo ser comienza a florecer en razón de un entramado bioquímico en el que la principal instrucción es curiosamente la de la disolución.
Quisiera rellenar de esperanzas mi corazón; colmar de sentido mi pereza; aguardar un nuevo mañana y sonreír porque sí. Pero detecto la bruma que todo lo oculta dos pasos más allá del sueño y me sobrecoge la horrible visión, dejándome definitivamente sin fuerzas.
He visto cadáveres mutilados de perros esparcidos por las carreteras. Los coches trituran sus huesos hasta fundirlos sobre el asfalto. Yo soy como un perro al que fuesen machacando el cerebro hasta fundirlo en la nada, tras sufrir el embate del absurdo y la prueba del dolor.
Los perros, ya lo dejé apuntado, no van al Cielo. Pero, si seres tan abnegados y nobles no ascienden a las alturas, ¿cómo yo, que soy peor que un perro, sueño siquiera con gozar de mejor fortuna que ellos? Algo falla sin duda en este armazón de barro del que me han fabricado.
He recaído. Durante los últimos meses me había hecho ilusiones y pensaba que mi vida tenía todavía un valor; que se puede dar y recibir aún a pesar de no disponer de todas las capacidades físicas.
Casi me habían convencido de que el hombre es más lo que piensa que lo que hace. Pero no es verdad. Mi pensamiento de solidaridad y de pretendido amor hacia el género humano, no alcanzará siquiera a los jardineros del centro.
Una persona debe al menos tener la posibilidad de ser escuchada respecto a su propio futuro. No entiendo por qué han de decidir otros lo que a mí me convenga. Yo entiendo que, llegado a un punto donde no resulta posible ya sino esperar pacientemente que la muerte se apiade de uno, lo mejor es apagarse. Nada puedo aportar sino alimentar un cuerpo muerto, pegado a una cabeza que sufre por su cuenta.
Voy a morir; es algo inevitable. No alarguemos más algo que no tiene más solución que el paso del tiempo. Una inyección; luego un sueño suave. Los pulmones dejan poco a poco de funcionar. Todos los músculos se distienden. Sé que va a ser algo parecido a cuando quedo medio traspuesto, y en duermevela me veo flotar en la habitación, contemplando mi cuerpo, ya sin miedo, y pensando que la muerte no tiene por qué ser tan fea y definitiva como se cree.
No voy a ser el único. Por delante de mí lo han hecho miles de millones de seres y criaturas, de todo tipo y condición. La sensación de ahogo se diluye con la relajación, la angustia por la última bocanada de aire simplemente no me afecta. Pasaré de uno a otro plano y de uno a otro estado sin dolor ni sufrimiento.
La muerte no puede ser tan horrible. Un suspiro no es frontera. ¿No hay personas que aguantan sin respirar más de un minuto y no les ocurre nada? ¿No se para en ocasiones el corazón unos segundos durante el sueño y la vida sigue? Cuando uno deja definitivamente de respirar o el corazón deja de latir para siempre, se entra en un estado en el que el cerebro comienza a soñar con toda intensidad. Los recuerdos y las emociones se agolpan. El "puzzle" de la vida encaja y se encuentra sentido a lo que antes carecía siquiera de orden y concierto.
No sé qué ocurrirá después. Si el substrato sobre el que se asienta la memoria se desmorona; si el polvo vuelve al polvo y falla la materia sobre la que se asientan los pensamientos, tal vez no haya continuidad en el nuevo estado. Es algo sin duda apasionante, para los que estudian y disponen de tiempo para esas cosas.
El cuerpo se reintegra a la Tierra de la que procede. El carbono esencial y el polvo de estrellas de que todos los seres y criaturas estamos hechos siguen su viaje galáctico y sólo queda uno en la memoria de los que alguna vez nos quisieron.
Me gustaría pensar que Dios me espera al otro lado; que el pensamiento y el sueño se transforman en reales y vuelvo a sentir, aunque sea de otra manera, sensaciones de paz y bienestar.
Pero una vida es demasiado poco para alcanzar a reflexionar mínimamente el porqué de tantas incógnitas.
Pienso, sin embargo, que la solución pudiera ser tan extremadamente simple y tan cercana, que la muerte en una última pirueta tragicómica nos dijera "veis qué fácil era todo".
!Era tan sencillo¡ ¿La vida es sólo eso? Lo he tenido todo el tiempo junto a mí y no he sido capaz de entreverlo siquiera.
Pero, ¿y si no fuese así? Si tras la muerte todo desapareciera, ¿qué queda de toda una vida de sufrimiento?
No puede ser que todo se desvanezca. Si algo ha aprendido el hombre en su deambular por este mundo, es que nada ocurre porque sí; que todo tiene una razón; que tras toda causa hay un efecto. Las cosas no desaparecen, se transforman. El inmenso entramado en el que se sustenta todo el universo, pueda que sea tan sencillo como las partículas elementales de que todo lo creado esta hecho. Mi pensamiento no puede tener el mismo soporte que el sentimiento. Es probable que se pueda medir y detectar un cambio químico cuando el hombre ama o siente, pero eso sólo viene a ser lo mismo que cuando está triste su rostro lo está también, o cuando se encuentra feliz se le refleja en la sonrisa.
La química es solamente un soporte, para el mundo de los sentidos. El mundo de los sueños adelanta un poco lo que puede ser el mundo de los muertos. Cierto que a veces la basura onírica y el desgaste diario hacen que los sueños se confundan con otros mensajes o realidades que nos anticipan la muerte que se vive desde el mismo instante de la concepción. Sin embargo, hay cosas que no es fácil explicar ni comprender, y ni la física ni la química son capaces de aportar una solución convincente.
La prepotencia con la que la ciencia indiferencia o burla a los soñadores olvida que si se halla justamente en el estadio en que se encuentra es porque alguien previamente soñó su existencia. Todo lo que el hombre, con sus miedos y gritos a las estrellas ha ido acumulando a lo largo de siglos, nos contempla ahora con sorna.
Yo estudié una carrera en la que aprendí a razonar y a utilizar el intelecto para el desarrollo de mi profesión. Fui a la universidad para tener un buen empleo en el futuro; no para saber estar en el mundo o enfrentarme a la gran incógnita que es el vivir día a día.
Sé calcular, medir, pesar y pensar. Pero se me ha olvidado rezar y soñar. Las circunstancias me obligan ahora a realizar un esfuerzo que debiera haber ido alimentando durante años. Quiero no tener miedo y saber porqué. Quiero sentirme célula cósmica y dejarme llevar por un rayo de luna. Quiero saber que ese sufrimiento lejano o esa alegría próxima forman también parte de mí; que nada de lo creado, percibido, intuido, soñado... me resulta ajeno, porque Dios o el pensamiento universal precisan también de mi minúscula existencia.
Si nada voy a sentir tras mi muerte; si nada de mí va a tener continuidad, ¿para qué seguir?
Pero si existe algo; si detrás del muro de siglos de dejar la cortina cerrada existe la luz que entra del Cielo de la caverna, ¿porqué no entrar cuanto antes? Dar carpetazo a esta experiencia tan poco gratificante y gozar de la luz que da sentido a las cosas.
Los amigos, conocidos y parientes que me precedieron, ya se encuentran donde se va tras el fin de la existencia. Ellos han superado el trance. La muerte siempre vence. No seré una excepción. Percibo dos problemas. Uno el miedo físico que produce; otro, si estaré o no preparado para desarrollar con dignidad el papel que me corresponda ocupar al otro lado.
Aunque tal vez en el otro lado los roles no sean iguales a los de este. Se juzga todo de una manera excesivamente simplista; humanizando y sintiendo que lo que el otro percibe es igual a lo que yo percibo.
Los seres humanos nos hemos dado unas reglas básicas de comunicación para entendernos. Alguien describe un objeto y lo puede hacer con una precisión tal que aun estando con los ojos cerrados, uno sea capaz de hacerse una idea exacta de lo que el otro nos dice. Sin embargo, yo entiendo una cosa y el de al lado, aun entendiendo lo mismo, puede adornar su pensamiento de cosas que de trasplantarse al mío, yo sería incapaz de comprender.
Hay tantas realidades como personas, y hay tantas ideas de lo que pueda ser la otra vida como pensamientos. Porque uno va cambiando conforme la vida le va curtiendo. El tiempo es un invento moderno; pero la verdad es que uno envejece y muere y la vida sigue.
¿No será más cierto que todo lo que es lo que vaya a ser, ya está en cada uno de nosotros?
La educación, las circunstancias personales influyen en la forma de ser y sentir de cada uno de nosotros. Hay gente que es químicamente y en casi un cien por cien mala persona. De la misma manera hay seres que prácticamente actúan como ángeles en esta vida. Sin embargo, de vivir cada uno de nosotros mil años, de enfrentarse a solas con el conocimiento que nos han ido aportando los anteriores a nosotros, seguro que descubriríamos los iguales que somos unos a otros.
¿La persona mala nace o se hace? Tal vez las dos cosas a un tiempo y tal vez formen parte del juego que de manera no consciente el género humano interpreta en su caminar hacia las estrellas.
Si uno eligiera cómo ser cuando viene a este mundo, de seguro que muy pocos o prácticamente ninguno elegiría el papel de malo. Todos querríamos ser el niño bueno, rodeado de todo cuanto puede hacer más feliz la vida. La familia es simplemente cuestión de azar. Uno no elige la familia, si lo hiciera de seguro elegiría también a los padres más buenos, ricos, sanos, guapos y sabios.
Lo cierto es que no recuerdo que nadie me dijese qué papel quería interpretar en esta comedia. Nadie me preguntó si deseaba quedarme tetrapléjico en mitad de la vida. Nadie me dijo si quería en un momento determinado de la existencia ahogarme en pensamientos y hallar respuestas a preguntas que probablemente jamás me hubiera planteado, de irme las cosas de otra manera.
Me encuentro muy confuso. No sé si será mejor irse de aquí sin comerse el tarro, como me lo estoy comiendo, o dejarse morir como el pajarillo al que el invierno crudo sorprende fuera del nido.
La verdad es que el día a día me resulta agotador. He de confesar que mi cuerpo se trasforma por una presencia femenina; que apago el deseo y trato de asesinarlo apenas nace, pese a todas las disquisiciones con las que estoy aburriendo a quienes escuchen estas cintas que luego se transcribirán.
No me sirve este cuerpo que anhela estrecharse y formar uno con la enfermera de noche; cuerpo que ante el cálido aroma femenino, me hace retornar al origen. ¿Es más cuerpo y menos pensamiento? ¿Dónde está la eternidad en alguien que anhela fundirse y tocar y besar un cuerpo ajeno?
Mato el deseo, !pero cuánto me cuesta¡ Se interrumpen mis reflexiones. Mi respiración se altera. Me digo que es absurdo; me río de mí mismo. Levanta mis sábanas. Soy menos que un niño desvalido. La deseo intensamente. Ella sonríe:
-- ¿Va todo bien? -- me dice.
-- Sí; todo bien -- asiente, y me sonrojo y aun quisiera incorporarme y darle un beso.
-- Pues ojo, a pasar buena noche. - se despide sonriendo pícaramente.
Y ella se aleja y quedo de nuevo a solas con mis pensamientos. No hay muerte, ni más allá, sino ella y esas caderas de terciopelo que imagino plena de caricias. Todo el calor de la sangre cálida que se impregna en mis células deseosas de sus pechos.
Observo a mi compañero de habitación. A él también le brilla la mirada. El habla y habla. Parece haber aceptado mejor que yo su situación. Dice que nació en Las Palmas de Gran Canaria hace siete meses:
-- Soy sietemesino -- ríe.
Perdió a su novia y a un hermano. Los tiene siempre en el recuerdo. Pero pese a todo, cuando llega la enfermera le brillan los ojos y por unos instantes siento celos.


8


Las empresas son a veces como mundos cerrados, que afectan más a la convivencia de las personas de lo que uno pueda creer. En las empresas se pueden dar incluso situaciones próximas a la esclavitud, entre el que la manda y el mandado. Una sumisión indigna del género humano para quienes sólo dependen del humor de sus superiores, y que denigra a la sociedad en su conjunto.
Hay quienes se ven obligados a realizar cosas que atentan contra la dignidad de las personas. Pero vivimos en un momento en el que se saca a relucir la bajeza moral y la indignidad, como algo cotidiano y casi admitido tácitamente.
El hombre lo es por competencia con el semejante. No se es solidario nada más que en el tribalismo. Todo lo demás sobra, estorba los planes de quienes sólo buscan el triunfo a toda costa.
Me gustaría recluirme en una concha y aislarme del mundo y de sus gentes. He formado parte y contribuido a que la insolidaridad campee a sus anchas. Todos debiéramos reflexionar y replantearnos cosas que el tiempo y la competitividad no nos dejan. No es razonable construir un futuro sobre tanto dolor. Los demás son también importantes.
La vida se nos escapa de los dedos y nos preocupamos de tener un coche más potente; de comprar la casa más grande o de ser los más importantes.
De otra parte, la idea que tiene uno de la empresa puede ser radicalmente opuesta de la del compañero de al lado. Hay quien ve en la empresa al enemigo, y la combate con la indiferencia e incluso el rechazo. Hay quien ve en la empresa sólo un instrumento para la supervivencia, y cumple estrictamente lo que se le ordena. Hay quien, por el contrario, se enamora de la empresa y le dedica todas sus energías y emociones; todo el tiempo, incluido el del ocio. No existe otra razón de ser para él sino la empresa.

Creo que yo me encuentro entre estos últimos. Naturalmente, no es justo juzgar a todos con un mismo rasero, o pensar en una clasificación tan excluyente.
Pero sí me arrepiento de no haber vivido a plenitud. De haberme propuesto unas metas tan pobres. Todo lo dejé por la empresa, porque quería la admiración y el respeto de mis compañeros. Nunca pensé en otras gentes u otros objetivos. El esfuerzo que no realicé lo tengo que hacer ahora y sé que mis pensamientos no serán los que debieron de ser, al estar condicionados por la prisión de la carne inmóvil.
Me duele salir a pasear en una silla de ruedas y ver un campo tan bonito, que antes no fui capaz de valorar. Los pajarillos son un espectáculo. Lo son las nubes; el agua de las fuentes. ¿Cómo no pude gozar antes de algo tan hermoso teniéndolo tan cerca?

Hasta el aire me parece hermoso. Me dejo acariciar por la brisa; cierro los ojos. Todo se encuentra a un paso. Vivir es algo más que un título o un futuro. La sierra me espera. Voy abandonar todo y vivir en un paraje aislado en contacto permanente con la naturaleza. La silla me estorba. Nunca antes me había dado cuenta de todo cuanto tenía junto a mí.
Nos estamos engañando unos a otros. Tal vez haya una conspiración mundial para que nos volvamos locos. Una persona con salud y ganas de vivir, no se debe dejar encerrar por los reclamos y guiños de una sociedad egoísta, que sólo busca la producción y la estadística.
Hay indios de la India que pasan su vida con las manos en alto, hasta que se les secan y convierten en ramas, agradeciéndole a Dios la dicha de la vida y esperando cruzar el umbral cuanto antes.
Hay hombres y mujeres que pasan en retiro espiritual todo su tiempo, sin hablar jamás con sus semejantes, porque piensan que esto es un suspiro y que es preciso agradecer de continuo la llama de la existencia a quien tuvo a bien concedérnosla.
He leído; he reflexionado. Pero ¡me queda tanto por hacer¡ Al conocimiento se llega por el estudio o por el dolor. Yo creo que he llegado a esa etapa inicial, más por el dolor que por el estudio o la investigación.
De salir de ésta, que ya sé que no saldré, dejaría la empresa. Me iría a las alpujarras granadinas, a un lugar donde gozar de la naturaleza y del contacto con ese yo, tan abandonado, que todos llevamos dentro.
No soporto más los ruidos, ni las presiones o la competencia. Quiero realizarme como ser humano. Dormir con alegría; soñar cosas armoniosas; sentir que fluye en mí el latido universal que el correr del tiempo ha silenciado.
¿De qué me hubiese valido llegar a la cima? ¿De qué me habría servido ganar más dinero, si cada latido es un regalo y lo que nos separa del otro lado es una imperceptible lámina de sueño?
Pisotear, poseer; formar parte de un clan, de un grupo, de una nacionalidad. Las gentes nos agrupamos más por nuestros miedos y cobardías, que por el bien común. Me doy cuenta de que el objetivo de la especie humana no es la supervivencia y la continuidad, sino el formar un todo para alcanzar las estrellas, si es preciso a gritos.
Todo lo demás es pura fanfarria; engañarse. Las luces de neón nunca podrán competir con los luceros. El amor pagado jamás tendrá el sabor del néctar. El poder es algo que aplasta a la Humanidad.
Quiero una nueva oportunidad. Resarcirme del mal cometido. Pedir perdón a los que ofendí, y ofrecer mi mano a los que precisen de ella.
No me hagáis pagar tan caro mis errores. Seáis quienes seáis los que controléis este rollo, por favor, una oportunidad. Si fallo de nuevo; si vuelvo a dejarme llevar por la fácil o lo inmediato, dejadme así o aún peor. Pero creo que todas las criaturas de esta Tierra debiéramos tener la oportunidad de rectificar, al menos una vez en nuestras vidas.
Me aterra saber un mundo tan hermoso, a la vez que tan delicado, y que todos corramos deslumbrados por la luz de la ignorancia, sin percatarnos de cuánto bueno y bello existe.
Eva es el dolor que se ha de purgar. Adán es la cobardía. Si hay un edén, se encuentra en el interior. La Tierra es el marco y nosotros los actores. Vamos a representar bien la función de una vez por todas.
No me consuela ver a otros que sufren. Los niños bosnios me llegan al corazón; mis compañeros tienen cada uno su historia. No quiero ser insolidario. Pero si he de contribuir a un mundo mejor, necesito al menos las manos libres.
-- Vamos, a levantarse que toca recuperación -- la enfermera me libera del pensamiento circular. La miro y la admiro. Se mueve con gracia. Sonríe.
-- ¿Qué quieres que recupere? -- bromeó con toda la sorna de que soy capaz.
-- Yo quisiera que recuperases todo; pero de momento vamos a recuperar esa mano derecha -- responde.
Y me dejo hacer y su sonrisa me devuelve un instante a la tranquilidad.

 


 

 

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9


¿Puede una parte juzgar al todo?; ¿puede la más pequeña de las partículas de arena de una playa infinita tener constancia del beso de las aguas en su orilla? ; ¿puede la más remota molécula de la uña de un pie captar la generalidad de un pensamiento? La respuesta parece obvia. Y sin embargo, somos menos aún en un cosmos, que siendo un todo, del que forman parte las realidades conocidas, las supuestas e incluso las por conocer, se intuye diminuto en comparación con la grandeza del Creador.
Puede dar la impresión de que actuamos de acuerdo con el libre albedrío. No es así sin embargo. Si analizamos con sosiego los esquemas por los que se rigen nuestras vidas: familiares, sociales, económicos, deducimos de inmediato que el margen de tolerancia, de actuación fuera de unos esquemas prefijados, es tan reducido que apenas tienen cabida sino lo que el destino y el sistema marcan a cada uno.
El mundo es dual. A toda fuerza de acción se opone otra de igual magnitud en sentido contrario. Evidentemente Dios no juega a los dados. Pero la fuerza opuesta, tiene su designio.
Todos sujetos a la cárcel del cuerpo. Todos sujetos a la incertidumbre de la nave que navega por la inmensidad del interminable océano. La Tierra, punto insignificante. Comprimido el universo conocido a las dimensiones de ésta, para saber de ella, que se hallaría en las profundidades de una simple partícula de polvo, haría falta un microscopio de un millón de aumentos. La partícula de polvo, el Sol; la Tierra, el infinitesimal Planeta que en su interior gira; ¿qué supone el hombre entonces? El Infierno no se encuentra en el más allá, sino en el más acá. Nos engañamos unos a otros con máscaras de teatro.
El drama se vive por dentro. El drama de la soledad. Venimos solos y solos partimos. El amor más grande que puedas sentir por criatura o por idea alguna, no impide que cuando te enfrentes a la experiencia última de la disolución, el tránsito lo hayas de hacer desnudo y en soledad. Porque nada, absolutamente nada, es patrimonio de nadie: ni sabiduría, ni ignorancia, ni poder... Todo se confunde en un TODO en el que azar, designios, posibilidades, destino y sistema nos enfrentan al esfuerzo colectivo de conformar moléculas del gran cuerpo enfermo.
El cuerpo, la mente, el espíritu se adapta a las carencias. Cuando en un organismo surge la enfermedad, la incógnita o el desasosiego, de inmediato fluyen las defensas precisas para que éste no sucumba. Así, en todos los seres, surge la fe en algo o en alguien como barrera. Fe en la vida, en el más allá o en el más acá, en nuestros semejantes... De no existir la fe no habría nada que nos atase o nos mantuviese unidos al yunque de la vida.
Pero a la vez, nada existe porque sí; en nuestras aparentemente frágiles voluntades se halla el hacer más soportables las duras condiciones de sufrimiento y soledad que padecen millones de seres humanos. Es cierto que resulta difícil admitir que ese, o ese otro, de los que no compartes la menor afinidad, descienden de un ser humano común. Todos somos hijos de la misma Eva, antepasada africana que regó de hiel y sangre los siglos venideros. Y !madre! resulta tan efímero y fugaz el devenir, que hace de por más injusto y absurdo el empeño en conservar lo nimio.
Existir existen, y a raudales, la prepotencia, el orgullo y la mentira, que actúan de coraza que sustrae de la felicidad. Y es así, porque se soporta mal la felicidad, tanto la ajena como la propia. Uno nunca se siente satisfecho del todo. En primer lugar porque no acaba de sintonizar con cuanto le rodea: situación, cuerpo, salud, familia... En segundo lugar porque uno se cree el centro del mundo y el mundo no nos rinde pleitesía. Pero es que además la búsqueda de la ilusión resulta más dura y encarnizada que la del Santo Grial. ¿Dónde hallar la fuerza precisa que recargue de energía el alma? ¿Dónde hallar ese resquicio que deje entrever el Cielo? El autobús de la locura gira y gira y da vueltas alrededor de sí mismo sin hallar el camino de salida. Todos los viajeros anhelan el prado de flores; las amapolas cubriendo de arrebol la pradera. Allá él riachuelo, discurrir transparente de vida pura; allá la sonrisa clara de la muchacha rubia de sombrero blanco. Sonríe y su sonrisa es trigo y oro.
El autobús prosigue y tú anhelas que se detenga. Dejarte mecer por la sonrisa distante.
¿A quién conviene que esto siga así? ¿A quién beneficia que el mundo se retuerza convulsionado por el dolor?
A ninguna persona razonable le interesa. No obstante, la lucha es cotidiana. Contra aquello que es real y contra lo inexistente. Así, en ocasiones, nos refugiamos en los recuerdos, de la infancia o de la adolescencia. Recuerdos que nos resultan gratos porque tan sólo perdura lo bello: el brillo en la mirada del primer amor; el pueblo en primavera; los amigos -- algunos ya definitivamente ausentes de lo físico-- Pero no hay tiempo para la reflexión. Sólo queda aferrarse a lo escaso de eterno que aún perdura, y que probablemente ni el tiempo ni el ingenio mal utilizado puedan cambiar... Queda la amistad, incluso con las piedras que nos vieron nacer; con el porvenir, de este día que marca el resto de nuestras vidas. A veces, parece inútil y baldío el esfuerzo de la felicidad en un mundo doliente. Pero hay que luchar por ser. Llegado el momento será lo único que quede.
Desde el accidente me he acercado a Dios, pero a la vez me he visto enfrentado a problemas que jamás antes se me habían planteado. Puede que todo sea extremadamente sencillo, que la complejidad la provoquen nuestros miedos. Tal vez debiéramos aceptar que somos algo que forma parte del orden divino y dejarnos llevar por los sueños.
Tras un espejo se encuentra Dios. En el fondo de la mirada de cualquiera de nosotros se encuentra la complejidad del universo. ¿Por qué no somos capaces de encontrar de una vez por todas la solución?
Hay veces que me vienen como destellos, y me digo !adelante¡, la solución está cerca. Pero luego el ruido y el miedo distorsionan todos mis pensamientos. Aquello que he tenido tan cerca se me esfuma y vuelta a empezar.
He hecho progresos en mi autonomía. Hay auténticas maravillas técnicas que hacen que la silla resulte casi un apéndice del cuerpo. La controlo francamente bien. A veces se mueve más a impulsos de mi voluntad, que del movimiento de mis dedos.
Incluso me han dotado de un colgante radioeléctrico, que emite un mensaje de emergencia en caso de que lo pulse por cualquier causa.
Tuve la oportunidad de contemplar una exposición de artilugios de telecomunicación para tetrapléjicos. Hay teléfonos que se activan con la voz; otros lo hacen por infrarrojos, como un mando de televisor, que sirve incluso para abrir o cerrar la puerta de la calle. Para tetraplejias muy graves se ha ideado un dispositivo que se activa por el movimiento ocular, y puede por medio de una pantalla de ordenador, controlar todo cuanto resulte controlable.
El mundo es un gran sistema nervioso, en el que una inmensa cantidad de información circula de un punto a otro del Planeta, una y otra vez, de manera cíclica y continua.
Para mí que el problema no lo es tanto de información, sino del conocimiento. Es preciso vivificar los pensamientos de las personas, y que una corriente de buenos deseos se instale en todos y cada uno de los seres que habitan este torturado Planeta.
Se nos ofrece soluciones Pero a veces esas soluciones espantan. Se olvida a Dios; se olvida el material espiritual del que están hechas las criaturas. El progreso parece decir "Dios es una quimera; una ilusión de la materia". Y yo me pregunto ¿por qué siento?; ¿por qué tengo miedo y me aterra tanto el dejar de ser?
Hablo con el médico. Sabe lo que me sucede. Escudriña en mi interior y soy como un estanque que refleja todo.
-- Juan, no le des tantas vueltas a la cabeza. Hay muchas cosas que puedes hacer. Eres una persona instruida. Puedes perfectamente ser útil a la sociedad. No hay nadie más paciente que una persona en silla de ruedas - insiste.
-- Le doy vueltas a la cabeza, justamente porque quiero convencerme de que lleva usted razón; de que voy a poder ser útil y de que mi vida tiene todavía un sentido -- respondo.
-- Naturalmente que tiene un sentido. Por fortuna los tiempos en que sólo se precisaba la fuerza física se han superado. Hawkings quizás sea el astrofísico vivo más importante, y apenas si tiene la cuarta parte de la movilidad que tú tienes -- comenta.
-- Tal vez sea así; pero él tuvo un tiempo de aceptación. Sabía lo que iba a ocurrirle desde hacía años.
-- ¿Y eso le hace menos sensible? Hay personas condenadas a una muerte cierta, cuestión de meses o días, que anhelan vivir y lo hacen aprovechando hasta el último suspiro. En una ocasión traté a una chica, aquejada entre otras cosas de un tumor cerebral, que estuvo componiendo poesías hasta media hora antes de su muerte. Amaba la vida con tal intensidad, que ella misma era poesía y un canto a todo lo creado. Estaba recogida, arrugada. Sólo uno o dos años antes de morir era una chica alegre, guapa; un tipo impresionante. Quedó parapléjica por un accidente. Aquí le enseñamos a aceptar su nuevo estado. Ella lo aceptó. Luego le detectamos el tumor. ¿Tú sabes lo que nos dijo cuando se lo comunicamos? -- inquiere el doctor sonriente.
-- ¿Qué dijo? -- pregunto curioso.
-- Doctor, ya sólo falta que se me inflamen los testículos.
-- Me gustaría tener ese sentido del humor. Pero no todos estamos hechos de la misma pasta -- le digo.
-- En el fondo, todos tenemos los mismos miedos. Es cierto que la educación, el ambiente y la química de las personas hacen que unos seamos muy diferentes de otros. Sin embargo, no hay superhombres ni supermujeres. En algún rincón de la mente o de nuestra alma, existe un interruptor que es necesario activar, para enfrentarse a la vida. Ahora gracias a la medicina el hombre prolonga su vida muchos años. Ha habido grandes personajes que hicieron todo cuanto tenían que hacer y se fueron de este mundo, más jóvenes de lo que tú eres ahora mismo. El propio Cristo, Carlomagno... El problema no es la cantidad, sino la calidad. Se puede vivir, mal; eso es cierto, sin piernas o sin ojos u oídos. Lo que no se puede es dejarse morir por dentro. Es entonces cuando realmente comienzas a morir por fuera también -- argumenta filósofo.
-- Y usted, ¿cómo aceptaría verse en una silla de ruedas para lo que le quedara de vida? -- le interrogo en tono desafiante.
-- Mal; muy mal. Ahora también te digo que si después de ver lo que he visto no supiera enfrentarme a la realidad, sería un delito. Todos pensáis que el vuestro es el caso más duro, y que el mundo entero se os viene encima. Y es verdad. Para cada persona sus vivencias y amarguras son las más difíciles de soportar. Pero también es cierto que hay personas que jamás tendrán la oportunidad de estar tan bien atendidas. Hay personas que se agostan en chamizos infectos, muriendo de soledad y sin atención médica alguna. No resulta fácil explicarle a alguien que hasta hace unos meses se creía inmune a todo y era perfectamente autosuficiente, que va a tener que pasar el resto de su vida dependiendo de otros, incluso para sus necesidades más íntimas. Sin embargo, el éxito o el fracaso de una curación dependen sobre todo de que en un momento determinado seáis capaces de dejar de sentir lástima de vosotros mismos, y digáis! caramba¡, las cosas se han complicado; pero voy a ser capaz de salir de ésta -- me dice.
-- Creo que todavía no he sido capaz de superar esa fase. Me tengo mucha lástima. Y me la tengo porque sé cuantas cosas he dejado inacabadas. En cuanto a otras metas, me resulta muy difícil pensar en hacer nada que no sea pasarme el tiempo pensando y maldiciendo mi suerte -- le preciso.
-- Tú sabes que el refrán afirma que... dentro de cien años todos calvos. Te quedan aún muchos años de vida. Hacer que sean fructíferos para tu pensamiento, para esa riqueza que sólo el hombre es capaz de atesorar, que es la del pensamiento, es tan sólo cuestión de que te propongas que así sea. Lo cierto es que nadie va a poder hacer por ti el cambio al que por fuerza te vas a ver obligado. Yo siempre digo que Dios cierra una ventana, pero abre muchas puertas. El aturdimiento es el que nos impide descubrir la salida. No te dejes llevar por el abatimiento, cómbatelo como la chica del tumor, con una pizca de cachondeo -- me anima con firmeza, apretando los puños.
Y yo quisiera que Dios me mostrase esas puertas de las que el doctor me habla. Ha habido una explosión en mi vida. El humo no me deja ver las estrellas. Sé que hay quien sufre mucho más. En Bosnia, en Chechenia, Ruanda, Irak o tantas y tantas partes de este minúsculo Planeta, hay gentes que mueren sin saber por qué. Que se les quita la vida o la dignidad por capricho o porque simplemente estorban. Sé la suerte que he tenido naciendo en un lugar donde aún se respetan las personas. Cada vez nos resulta cercano lo que ocurre lejos. Pero lo cierto es que estoy descubriendo cuánto he desaprovechado los años anteriores. No puedo dejar de pensar en lo bello que es todo, pese a tanta y tanta miseria. Dios está en las esquinas, y también en el vertedero, donde en primavera florecen las amapolas. Dios está en el dolor, y también en la alegría de los niños que corretean inconscientes por el parque, sin saber de la terrible fragilidad de sus esqueletos.
Las puertas de las que me habla el doctor conducen a nuevos lugares. No sé si podré traspasar su umbral. Me falta ánimo y valentía.
-- Doctor, pero si yo muriera sería un problema menos -- le asevero.
-- Y ¿quién te ha dicho a ti que eres un problema? Todos formamos parte de algo necesario. Tú tienes cariño para dar, alegría para ofrecer a quienes sólo disponen de prestigio o riqueza. Sois necesarios, porque se os quiere, y porque sois el ejemplo de que el hombre es más que la apariencia externa -- responde.
Cierro los ojos. No veo ventanas o puertas. Sólo la certeza de haber dejado atrás una referencia en mi vida, que jamás volveré a contemplar.


10

Ha pasado un año. Pronto saldré de aquí. Creo que podré valerme en casa sin ayuda. Otra cosa será la ciudad, donde el bordillo más insignificante puede ser una montaña para una silla de ruedas. Es complicado manejarse en un lugar donde todo son vericuetos, hondonadas, coches, obstáculos. Lo intentaré. Debo darle una oportunidad a mi vida.
Y me sigo sintiendo mal. Ya no es sólo depresión. Es que no consigo hilvanar una esperanza. Se puede vivir sin ilusión; pero como algo mecánico, que subsiste gracias al instinto.
Cierro los ojos, y no imagino nada. Llegará la Navidad; después la primavera y luego el verano. Nada importa.
Me aconsejan que lea; que vaya a conciertos o al teatro. ¿Para qué? El movimiento es la libertad; sin movimiento lo único que me aguarda es una vida vegetativa en espera de que el sueño me venza y encuentre ese prado de flores y aguas cristalinas, donde retozar para siempre.
Me han curado y he progresado bastante. De hecho he recuperado también una mínima aunque significativa capacidad de movimiento con la mano izquierda. Con la derecha y muy lentamente, puedo escribir algunas notas y manejarme con la silla.
Lo que no han podido es inyectarme la necesaria ilusión. Nunca pensé que me gustaran tanto las mujeres. Me gustan mucho. A veces pienso que son caramelo, dulce y miel a la vez. Pero al momento abandono el pensamiento y lucho contra ellas hasta hacerme daño.
Me quedaré en casa. Esperaré, no sé qué; pero esperaré. Tal vez tenga la suerte de despertar y recobrar la libertad.
Todos se quieren despedir de mí. Me animan:
-- Juan, !agárrate a la vida¡
-- De momento, me agarro a la silla -- les respondo.
Y paso por las habitaciones de quienes he conocido. Unos me abrazan; otros no me dicen nada; se limitan a estrecharme las manos o a mirarme con ojos de brillo.
Dejo mucho dolor atrás. No sólo el propio, sino el de vidas tronchadas, que jamás podrán volver a ser lo que fueron.
-- Adiós -- les digo.
-- Hasta siempre -- me responden.
Mis padres aguardan. Voy por mis pertenencias. Una maleta con dos pijamas, ropa interior, un traje y algunos papeles.
Suena el teléfono. Me da pereza acercarme; dejo que suene. Insiste.
-- Sí; diga.
-- Juan, ¿eres tú? -- oigo una nerviosa voz de mujer.
Por primera vez en mucho tiempo, un escalofrío me recorre la espina tronchada. El vello se me pone de punta. La voz me resulta familiar, pero no puedo identificar a ciencia cierta a quién corresponde.
-- ¿Quién es? -- digo con voz trémula.
-- Quizás no te acuerdes de mí. Soy una amiga de la juventud. Hace muchos años que no nos vemos.
Le doy vueltas a la cabeza. La voz tiene algo de peculiar. Suena como a música y es alegre y triste a un tiempo.
-- No; la verdad es que no caigo -- me tiembla el cuerpo entero.
Trato de serenarme. Me parece ridículo sentirme así. Son fantasmas que me provocan sacudidas. Me estiro en la medida en que me es posible y trato de recomponerme un poco.
-- Soy Pilar. Nos conocimos hace más de veinte años. En una tarde de toros, en la plaza de Villanueva. Tú fuiste muy galante conmigo, y nunca te he olvidado -- su voz es cadencia y recuerdo.
Me vienen a la memoria las imágenes de aquella tarde. El tiempo no existe. La tengo en mí como si acabara de suceder. Su voz apenas ha cambiado. Trato de imaginarla y la veo tal cual era a los dieciséis años.
-- ¿Eres Pilar, la cubana? -- le afirmo preguntando, más por recobrar una cierta compostura y serenarme, que por algo tan obvio que el corazón descubre.
-- Sí; ¿me recuerdas? -- insiste con una sonrisa que adivino graciosa.
-- Claro, mujer, mucho -- le replico, y he de carraspear varias veces para no emocionarme.
-- Me he enterado de lo tuyo. Hablé el otro día con gente de Villanueva, que hacía años que no lo hacía, y me lo dijeron. Sabes que estás en mis oraciones -- me dice compungida.
-- Muchas gracias -- respondo y callo.
-- Vivo en Miami. Me casé y tengo tres hijos muy lindos. Me gustaría mucho ir por allá a saludarte en persona. Pero me temo que de momento no me resulte posible -- en sus palabras una emoción que traspasa la línea telefónica y cruza el charco en un suspiro.
-- No te preocupes. El hecho de llamarme significa mucho para mí. La vida ha pasado demasiado rápida. Apenas si me ha dado tiempo a retener nada. Pero tú siempre has tenido un lugar en mi alma -- le sonrío con todo el cariño de que soy capaz.
-- Y tú en la mía, Juan. No ha habido noche en estos últimos veinte años que no te tuviese en mis pensamientos. Siempre recordaré lo lindo de aquel verano. Lo mucho que significaron para mí tus miradas. Descubrí contigo lo bonito de ser mujer. Fue tan hermoso todo. He pensado que me llevaste a un embrujo. Todo resultó mágico. Nunca más he vuelto a sentir nada parecido -- me corresponde, y se le escapa un sollozo.
-- No te preocupes por mí, Pilar. Saldré adelante. Me va a costar mucho. Pero tu llamada es el revulsivo que necesitaba mi vida. De nuevo apareces en el momento justo. ¿No serás un ángel? - bromeó con las palabras, y sonrío.
-- Ojalá lo fuese. Lo primero que haría sería ir y componer esa columnita. Luego te daría muchos besos -- asegura y le tiembla la voz.
Quiero contenerme; no dejadme vencer por la parálisis que ahora anuda mi garganta. De repente el tiempo se detiene. El aire se llena de sensaciones; se carga de la electricidad del sentimiento.
-- Pilar... - pronuncio como un rezo, y soy incapaz de proseguir.
-- Juan... Tú siempre serás para mí el muchachito de la mirada - susurra y llora mansamente.
Callamos. Percibo su respiración entrecortada. No sé qué decir. Me gustaría colarme por la línea telefónica y dejadme arrebujar entre sus brazos.
-- Pilar... Te quiero. Adiós -- hago un esfuerzo y empujo más con el corazón que con el músculo, y cuelgo.
Fuera llueve. Es uno de esos raros días del septiembre manchego en el que la lluvia se reconcilia con el hombre, y descarga suavemente cuanto el campo precisa.
El olor de ozono impregna el jardín. Mi madre conduce la silla. Mi padre lleva la maleta. Me comentan algo. No les presto atención y me dejo hacer.
Llegamos al coche. No quiero volver la vista atrás. Una fuerza superior a la voluntad me impele sin embargo a ello. Giro la cabeza. Mi amigo el canario me hace el adiós con la mano.
Le sonrío...
-- Adiós... - le digo con el pensamiento.
Madrid me aguarda. Me aguarda de nuevo el horizonte de una ciudad que es a un tiempo Infierno y canto a la vida. Asumo mis amarguras, y positivamente sé que no estoy en las mejores condiciones para afrontar el futuro. Trataré de fijarme nuevas metas. Soy un niño de doce meses, que ha de aprender a andar y a convivir con los demás. Un ángel me acompaña y me da fuerzas.
21 de agosto de 1995








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TU AMOR ES COMO UN RÍO
MUCHAS GRACIAS FRANCISCO
Ludy Mellt Sekher


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