Sekher Castle of Ludy Mellt Sekher

 

EL GUERRERO LEGENDARIO
por: J. Mauricio Sánchez P.


Nos acercamos, como flotando en el aire, en un suave andar hacia las fronteras de lo desconocido.
Logro ver a la distancia, un enorme, muy enorme castillo o algo así, se asemeja a una catedral gótica, sus dimensiones son titánicas y su belleza formidable. En su fachada principal se percibe un aire de tristeza, pero la hermosura no se le acaba. Tiene grabados y bustos de seres que solo se pueden encontrar en esos remotos y bastos lugares.
Me aproximo un poco más, sí, eso es. Deberé entrar por uno de esos amplios ventanales que dejan pasar una suave y tenue luz amarilla.
Me acerco al salón principal, pero no hay súbditos, ni doncellas, no hay servidumbre ni a quién servir, todo se ve tan yerto y desolado, tan triste y amargado.
Mi visión aunque clara es difusa, veo los contornos de ese lugar, más no su realidad.
Allá en el corredor que conduce a las escalinatas que llevan al trono donde supuestamente debería estar sentado el rey, logró divisar a alguien.
Si eso es, parece ser un hombre que con una rodilla en el suelo, su brazo derecho descansa encima, y en la mano izquierda empuña una enorme espada oxidada y sucia.
Tal parece que ha regresado del campo de batalla.
No sé por qué, pero presiento que ese guerrero está triste. ¡Dios! Está muy triste...
En la amplia sala principal del enorme, triste y bello castillo, se encuentra aquél guerrero.
Lleva una capa de terciopelo rojo ya gastada y sucia, las manos llenas de ampollas, - se nota que ha peleado , ha peleado mucho y no sé por que, pero creo que piensa que no logró nada.
Ahora una música triste acompaña al guerrero. Es como el murmullo de las almas que se lamentan su tristeza.
Me acerco sigilosamente y desde lo más alto de una cúpula le observó.
Está tan triste, que sus lágrimas parecen centellear un mar de emociones, sus gemidos de dolor son suaves y su llanto es profundo y nocturno.
La música sigue su melancólico ritmo.
¿Qué fue lo que paso?
Le pregunto al acercarme lentamente; - amigo mío, ¿qué fue lo que paso?
Pero el guerrero no contesta, hay demasiada tristeza en su alma y corazón.
Han pasado ya varios meses y el guerrero sigue en esa posición, con su espada empuñada y una mano cerrada sobre el corazón.
Pero yo ya sé lo que le sucedió; me lo dijeron sus amigos, amigos que lo esperan, mientras él, allá encerrado en el castillo solo y triste desespera.
No puedo hacer nada por mi amigo, él tiene que salir de ese castillo por sí mismo, pero parece que la tristeza ha acabado por vencer a aquél guerrero, que en un tiempo tanto y tan fieramente peleó.
Ahora sé por qué tan triste está, y su castillo en la penumbra quedó; él había cometido un error, Dios le perdonó, pero lo peor de todo es que así mismo no se perdonó.
Puedo ver al guerrero en el campo de batalla, con su armadura plateada y su negro corcel, cabalgando entre las espadas y los escudos de fuerte acero y una grave multitud. Está blandiendo su espada con fuerza y gozo, tal y como lo hace un verdadero caballero.
El campo de batalla es inmenso y hay guerreros por doquier. Todos pelean, algunos ya han sido derrotados, otros prosiguen con la lucha aunque la vean perdida, no hay bandos contrarios, pero sí hay buenos y hay malos.
En su mayoría son buenos. Cada guerrero pelea por sí mismo, por su reino, por su castillo.
Es tan difícil ver más allá, los ojos me lastiman, por esa luz solar, pero dentro de poco el sol comenzará a ocultar su luz y mi visión mejorará.
Es un grandioso campo de batalla y los que pelean en él son guerreros poetas, con esa extraña sensibilidad que hace al corazón llorar.
Las batallas duran horas, días, meses, años, parece que nunca se acabarán, en vez de haber menos guerreros, ahora hay más y cada cual a su propia lucha van a parar.
La sangre tiñe el suelo, el odio, la discordia y el amargo displacer gritan por todos lados, pero más allá hay guerreros poetas que luchan porque esas situaciones ya no se generen más, su lucha no es en vano ni fútil, en otras ocasiones han ganado y saben que ésta vez no perderán.
Entre ellos se encuentra mi amigo que por su castillo lucha, siempre hacia delante y nunca mira hacia atrás.
De un momento a otro, algo espantoso sucedió. Creí verme allá abajo, entre todos los caballeros que peleaban con esas espadas forjadas en el amor.
Miré a mi amigo, ya no era un desconocido, parecía más bien un extraño familiar. Tan grande era su lucha que pensó que ya había ganado, sin saber que su perdición aseguró.
Los escudos golpeaban unos con otros, el aire gélido de la montaña se aproximaba y una ventisca levantó.
Ahora mi amigo el guerrero blandía su espada con gozo y pasión, así es eso de pelear con el corazón.
Recuerdo que yo también peleaba muy bien, pero algo salió mal, algo salió muy mal; me interpuse entre la espada de mi amigo y su lucha en contra de la razón, sin menester alguno y sin titubear de un solo tajo mi cabeza él cortó.
Todos seguían peleando, algunos ya cansados, otros con viva fortaleza, pero mi amigo ya no peleó, me había cortado la cabeza y él su corazón, sin saber que el que había muerto no era otro más que su misma razón.
Tomó su negro corcel y hacia las infinitas llanuras del tiempo y del espacio él se internó. Había matado a su amigo, a su fiel compañero, a ese ser que lo acompañaría por todo el sendero, ya no tenía a nadie, ni nada por qué luchar.
Cabalgó y cabalgó y a lo lejos por primera vez el castillo divisó. Bajo corriendo del negro corcel y a las enormes puertas del castillo se aproximó.
El castillo se había quedado solo, ya no había nadie, sus habitantes se cansaron de esperar y a otro lugar se fueron a morar.
El guerrero entró posó sus manos sobre las paredes del yerto castillo y las lágrimas surgieron de su interior, camino hacia el trono, pero su rey y su reina ya no estaban, desenfundó su espada y se hincó.
Y con una mano en el corazón rompió a llorar, lloró y lloró, lloró demasiado tiempo, lloró tanto que el castillo se inundó y el suelo bajo sus pies en barro se convirtió.
Decidí ir a buscar a mis amigos para explicarle a aquél guerrero que mi alma con Dios estaba y en paz con la eternidad.
Recorrí un largo sendero de luz y de sombras, de amor y de odio, y al final encontré a mis amigos, en un lejano castillo, pero éste castillo era diferente, era colosal igual que el anterior, pero estaba lleno de ángeles y brillaba como el sol.
Había música en todos lados, era suave y ligera y no triste, así su ritmo alegre me daba la sensación más increíble de felicidad y confort.
Volví a ver a mis amigos en aquella enorme habitación, la música provenía de sus corazones por lo que no necesitaban de instrumentos de viento, de cuerdas o de tambores.
Mi rey y mi reina de pie en la cabecera de una enorme mesa, me invitaron a sentar.
Sin embargo, les dije que algo me preocupaba y era aquél guerrero legendario que lloraba día a día en un castillo alejado.
Me dijeron; - ve por él y que comparta de nuestra mesa también -.
Así que fui por aquél guerrero a aquel castillo alejado, pero ya no estaba, se había marchado.
Ahora que lo pienso bien, creo que regresó a casa, con sus amigos, con su señor y señora, que jamás le abandonaron.
Cuando volé de vuelta al castillo de color dorado, un bello y hermoso acompañamiento de ángeles me estaba esperando; eran mis amigos, y yo a la puerta del castillo llorando y llorando, pero esta vez de felicidad, de una enorme y grandiosa felicidad.
Cantaban por mí, por mi retorno a casa, se veían hermosos y hermosas; sus ropas cubiertas de terciopelo azul verde y con botas en rojo al igual que sus capas, sus atuendos les proporcionaban una apariencia de verdaderos guerreros de la eternidad.
Todos ellos eran ángeles poetas, lindos en verdad, cantaban al unísono con un ritmo celestial.
Mi corazón y mi alma han vuelto a casa donde mis amigos me esperaban, pero que yo por mi terquedad les volteé la cara.
Y ahora entiendo que un guerrero tiene que pelear, esa es su actividad, pero que al final la recompensa es magisterial.
Luchemos con nuestros corazones y alcancemos la luz de todas nuestras ilusiones.

J. Mauricio Sánchez P.©

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Ludy


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