Sekher Castle of Ludy Mellt Sekher

 

EL BOSQUE
EL BOSQUE TAPA
I.S.B.N. 2.345.930.N
©Ludy Mellt Sekher
©Editorial LMS


A la Memoria de la única persona que
encontré en este mundo con verdadera Armonía,
Mi Padre.
DIOS ESTÁ CONTIGO PAPITO
Ludy Mellt Sekher

 

EL CÓNDOR Y EL ÁGUILA
Homenaje a la Amistad

Forever_sm.jpg (16368 bytes)

VERSIÓN PORTUGUÉS

Construyeron sin darse cuenta una capilla celestial en lo más hondo y profundo de la naturaleza, bien cerca de Dios, para ayudarse uno al otro.
La imponente cúpula verde esmeralda concebida por aquellos dos árboles, majestuosos y elevados, filtraba ligeramente los rayos del sol, que a través de pequeños ojos se volcaban en la tierra, donde las raíces extraordinarias se entrelazaban de uno al otro en un abrazo de indestructible fusión.
Esos dos árboles, fuertes y vigorosos, de troncos firmes y rugosos, marcados por el tiempo, tenían varios años de vida. Vencieron muchas tempestades, vientos, soles, lluvias, veranos e inviernos.
Los dos estaban solos, Él y Ella en medio del parque, muchos otros árboles los rodeaban, pero ningún árbol era igual a ellos. Sus troncos permanecían y se veían a una distancia de cinco metros entre ambos, sin embargo, sus raíces nadie las podría separar jamás. Sus ramas de grandes hojas, como brazos y manos se elevaban al cielo en oración unidas...
Dentro de aquel santuario, sus hojas temblorosas y tímidas, se abrazaban, se comprendían. Y en trémulo y musical susurro decían mil palabras apacibles entre ellos... ¡ Nadie, nadie, sabía su lenguaje !
Habían pasado tantos siglos que no los sintieron, pero su única raíz era más grande y fuerte de lo que ellos mismos podrían imaginarse. La misma tierra los unía extraña y misteriosamente... El mismo hogar...
A los ojos de los otros árboles, se veían sus troncos separados, pero tendiéndose uno al otro desesperadamente en sus dos soledades diferentes, permanecían eternamente unidos...
Los dos con sus raíces destacadas, rectos y firmes, uno de tronco único y vertical hacia arriba. El otro, con su tronco, que se dividía en dos en su primera horquilla, alzaba sus brazos hacia las alturas del cielo, como queriendo desprenderse del planeta.
Algo muy extraño sucedía en el suelo. Por debajo de su consagrada y fresca sombra, no crecía el pasto... Ni siquiera tréboles, ni una sola hierba. Solo hojas que desgajaban tejiendo alfombras sobre su hogar sagrado. ¡Nada podía perturbarlos!...
En sus ramas anidaban los pájaros y cantaban las chicharras, pero en la madre tierra que estrechaba sus pies unidos, nadie podía entrar. Ese lugar divino y tan amado por ellos era intocable, inviolable. ¡Nada ni nadie podía crecer allí! Solo sus sueños, sus ilusiones, sus esperanzas, sus secretos.
¿Cuantas vidas crecieron así? ¿Cuantos años estarían en ese templo?
Y allí seguirían. Imperturbables, únicos, grandiosos, sin doblarse ante las borrascas, sin entregarse al frío invierno, sin permitir que nadie entrara en su secreto lleno de mil voces. Inmortales, uno al lado del otro.
Su catedral crecía cada día, monumental y perfecta, resguardando todos los tesoros que compartían. ¡Nada ni nadie podría separarlos jamás!
Al amanecer compartían los tibios rayos del sol en sus cuerpos de troncos, y la anaranjada luna despuntando en el horizonte, indiscreta, penetraba en sus sueños.
Mas solo los pájaros, los nidos, y el susurro del viento hacían cantar sus ramas y hojas. Y el sol y la luna hermanados a su enigma, cubrían toda la capilla de un manto de invisibilidad, las estrellas cómplices por momentos se convertían en luciérnagas para entrar al santuario. Solo a ellos les dejaban compartir su secreto, largos siglos guardado.
Allí dentro, palpitaban su música, sus palabras, sus alegrías, sus tristezas. Y aquella unión imborrable en el tiempo, y ese sentimiento exquisito que nada podía igualar sobre el mundo ¡los haría eternos por los siglos en la inmortalidad!
Una paloma inmaculada penetró en el santuario. Extraordinaria y perfecta paloma de delicadas plumas blancas. Y ellos permitieron dichosos que arraigase en su hogar. Era la paloma de la PAZ . Dentro de la capilla, ahora había, Paz Celestial.
Compenetrándose con la paloma, los dos árboles conversaban mil idiomas que solo ellos interpretaban. Y la paloma de la paz volando entre los dos, posándose en sus ramas llevaba sus mensajes de paz de un corazón al otro, de una mente a la otra en aquel recinto elegido y consagrado.
Y la Paz ejecutó su música indescriptible. Sinfonía de las esferas, de los aires, de los cielos, del infinito. Sus hojas cantaron dichosas la melodía más maravillosa jamás oída. La música de la comprensión, del afecto sincero y puro, que ningún ser humano podría igualar, ni concebir siquiera.
Porque ellos eran dos árboles, gigantescos, poderosos, únicos, nada ni nadie podría cambiar su música. Música que nació desde lo más hondo de sus raíces, surgió nadando por su savia, haciendo vibrar su noble madera, y se elevó efervescente por sus ramas, ascendió más arriba de sus hojas que como dedos mágicos ejecutaban hermosos sonidos en las cuerdas de un arpa invisible.
De esa música nació la Ternura. Ternura que desbordaba el alma, ternura que vibraba en el pecho profundo de aquellos troncos nobles y leales, ternura que llenaba las horas, que se respiraba en el aire por las noches, que desvelaba al despuntar el sol.
Esa ternura siguió creciendo y creciendo protegida en las palabras esotéricas
y silenciosas de sus hojas.
Y así sus ramas, con la paz, la ternura, la comprensión, la nostalgia, la alegría, la esperanza, la profundidad, fueron uniendo más y más sus gajos y hojas en un abrazo limpio, e inmortal . El abrazo de la amistad verdadera, amistad fiel, leal y sincera.
Amistad sin límites, sin fronteras, sin ataduras, capaz de los mayores sacrificios. Amistad pura, sin recovecos escondidos, sin intenciones enmascaradas. Amistad como solo Dios la había creado originalmente en el mundo.
Los dos árboles pensaban, hermanados en esa amistad, que nada sobre la tierra podría destruir ese afecto. Sabían que era puro e inmaculado al igual que su capilla, que su paloma de la paz, que sus amaneceres y sus lunas.

Pero hubo una noche sin luna, en que se precipitó una tormenta colosal, monstruosa y apocalíptica en el bosque. Los cielos se abrían en bocas cáusticas y furiosas, partiendo las nubes en mil astillas con sus centellas y truenos. Céfiros perversos tomaron terroristas, la posesión de la bóveda celeste sobre la arboleda, y cabriolaron su danza infernal de destrucción y muerte.
Ni el gran Zeus, ni Eolo, ni Minerva, pudieron detener aquella orgía envilecida y diabólica que exterminaba a su paso, cuanto ser viviente conviviera en el parque. Los vendavales pulularon estrepitosos, seccionando ramas, talando troncos, extirpando plantas y flores. Succionando la vida en aquel edén.
El demonio comandaba atroz aquella fiesta. Ferozmente feliz de destruir engullendo la floresta, en su garganta de fuego y rayos. Con puños ciclópeos flagelaba sin piedad, las bellezas vegetales que brincaban como chispas por los aires virulentos.
Todo el bosque aullaba espantado tratando de salvarse de las tumbas irónicas que en terrible sonrisa abrían sus fauces lúgubres y hambrientas.
Hacía muchos días que el señor del averno venía enfureciéndose viendo tanta perfección y paz en el bosque.
¡Y dio el zarpazo último y devastador en el árbol! El maligno partió su tronco sin piedad con un rayo de terrible carcajada dantesca . ¡Abrió con sus uñas asesinas el corazón sangrante del amigo árbol! Mientras Ella volaba, convertida en águila, ignorante de lo que sucedía en la tierra, más allá del torbellino encarnizado, cumpliendo sus deberes en el universo.
Y el águila descendió veloz hacia la tierra, tratando de cruzar como un bólido, aquella lúgubre, tétrica, y aciaga tormenta, que no la dejaba oír la voz de su amigo.
Se transformó en un segundo en su árbol compañera, se quedó junto, pegada a su amigo. Fue levantándolo del suelo, sosteniéndolo con sus ramas, sanando su herida con la más sublime de sus oraciones.
Y como un hada en el bosque, se transformó en una hiedra. Se prendió pujante a su tronco, se enroscó granítica alrededor de su madera, y consolidó su raíces dentro de su organismo. Inyectó su sangre en la madera, dándole la vida que su amigo necesitaba.
Y los dos árboles ahora unidos se transformaron para toda la eternidad en el cóndor y el águila. Juntos en un mañana luminoso volarían muy lejos, el águila y el cóndor más allá de otros mundos, otros cielos, otras lunas. Pero siempre...¡Eternamente Juntos!





Ludy Mellt Sekher

(Extracto del libro "El Bosque"
de Ludy Mellt Sekher)
EL BOSQUE TAPA

I.S.B.N. 2.345.930.N
©Ludy Mellt Sekher
©Editorial LMS

PORTUGUES
O CÓNDOR E O ÁGUIA
Homenagem à Amizade

 

Construíram sem dar-se conta uma capela celestial no mais fundo e profundo da natureza, bem cerca de Deus, para ajudar-se um ao outro.
A imponente cúpula verde esmeralda concebida por aquelas duas árvores, majestosos e elevados, filtrava ligeiramente os raios do sol, que através de pequenos olhos se volcavam na terra, onde as raízes extraordinárias se entrelazavam de um ao outro num abraço de indestructible fusão.
Essas duas árvores, fortes e vigorosos, de troncos firmes e rugosos, marcados pelo tempo, tinham vários anos de vida. Venceram muitas tempestades, ventos, sóis, chuvas, verões e invernos.
Os dois estavam sós, Ele e Ela no meio do parque, muitos outras árvores os rodeavam, mas nenhuma árvore era igual a eles. Seus troncos permaneciam e se viam a uma distância de cinco metros entre ambos, no entanto, suas raízes ninguém as poderia separar jamais. Seus ramos de grandes folhas, como braços e mãos se elevavam ao céu em oração unidas...
Dentro daquele santuário, suas folhas trémulas e tímidas, abraçavam-se, compreendiam-se. E em trémulo e musical sussurro diziam mil palavras aprazíveis entre eles... ¡ Ninguém, ninguém, sabia sua linguagem !
Tinham passado tantos séculos que não os sentiram, mas sua única raiz era maior e forte do que eles mesmos poderiam imaginar-se. A mesma terra os unia estranha e misteriosamente... O mesmo lar...
AOS olhos das outras árvores, viam-se seus troncos separados, mas tendendo-se um ao outro desesperadamente em suas duas solidões diferentes, permaneciam eternamente unidos...
Os dois com suas raízes marcantes, retos e firmes, um de tronco único e vertical para acima. O outro, com seu tronco, que se dividia em dois em sua primeira forquilha, alçava seus braços para as alturas do céu, como querendo desprender-se do planeta.
Algo muito estranho sucedia no solo. Por embaixo de sua consagrada e fresca sombra, não crescia o pasto... Nem sequer trevos, nem uma só erva. Só folhas que desgajaban tecendo tapetes sobre seu lar sagrado. ¡Nada podia perturbá-los!...
Em seus ramos anidaban os pássaros e cantavam as chicharras, mas na mãe terra que estreitava seus pés unidos, ninguém podia entrar. Esse lugar divino e tão amado por eles era intocável, inviolável. ¡Nada nem ninguém podia crescer ali! Só seus sonhos, suas ilusões, suas esperanças, seus segredos.
Quantas vidas cresceram assim? Quantos anos estariam nesse templo?
E ali seguiriam. Imperturbáveis, únicos, grandiosos, sem dobrar-se ante as borrascas, sem entregar-se ao frio inverno, sem permitir que ninguém entrasse em seu segredo cheio de mil vozes. Imortais, uno ao lado do outro.
Sua catedral crescia cada dia, monumental e perfeita, resguardando todos os tesouros que compartilhavam. ¡Nada nem ninguém poderia separá-los jamais!
Ao amanhecer compartilhavam os mornos raios do sol em seus corpos de troncos, e a alaranjada lua despuntando no horizonte, indiscreta, penetrava em seus sonhos.
Mas só os pássaros, os ninhos, e o sussurro do vento faziam cantar seus ramos e folhas. E o sol e a lua irmanados a seu enigma, cobriam toda a capela de um manto de invisibilidade ødespedaça-las cúmplices por momentos se convertiam em vagalumes para entrar ao santuário. Só a eles lhes deixavam compartilhar seu segredo, longos séculos guardado.
Ali dentro, palpitavam sua música, suas palavras, suas alegrias, suas tristezas. E aquela união indelével no tempo, e esse sentimento extraordinário que nada podia igualar sobre o mundo ¡os faria eternos pelos séculos na imortalidade!
Uma pomba imaculada penetrou no santuário. Extraordinária e perfeita pomba de delicadas plumas brancas. E eles permitiram ditosos que arraigase em seu lar. Era a pomba da PAZ . Dentro da capela, agora tinha, Paz Celestial.
Compenetrándose com a pomba, as duas árvores conversavam mil idiomas que só eles interpretavam. E a pomba da paz voando entre os dois, posando-se em seus ramos levava suas mensagens de paz de um coração ao outro, de uma mente à outra naquele recinto eleito e consagrado.
E a Paz executou sua música indescritível. Sinfonia das esferas, dos ares, dos céus do infinito. Suas folhas cantaram ditosas a melodia mais maravilhosa jamais ouvida. A música do entendimento, do afeto sincero e puro, que nenhum ser humano poderia igualar, nem conceber sequer.
Porque eles eram duas árvores, gigantescos, poderosos, únicos, nada nem ninguém poderia mudar sua música. Música que nasceu desde o mais fundo de suas raízes, surgiu nadando por sua seiva, fazendo vibrar sua nobre madeira, e se elevou efervescente por seus ramos, ascendeu mais aporta de suas folhas que como dedos mágicos executavam formosos sons nas cordas de um harpa invisível.
Dessa música nasceu a Ternura. Ternura que extravasava o alma, ternura que vibrava no peito profundo daqueles troncos nobres e leais, ternura que enchia as horas, que se respirava no ar pelas noites, que desvelava ao despontar o sol.
Essa ternura seguiu crescendo e crescendo protegida nas palavras esotéricas
e silenciosas de suas folhas.
E assim seus ramos, com a paz, a ternura, o entendimento, a nostalgia, a alegria, a esperança, a profundidade, foram unindo mais e mais seus gomos e folhas num abraço limpo, e imortal . O abraço da amizade verdadeira, amizade fiel, leal e sincera.
Amizade sem limites, sem fronteiras, sem ataduras, capaz dos maiores sacrifícios. Amizade pura, sem recovecos escondidos, sem intenções mascaradas. Amizade como só Deus a tinha criado originalmente no mundo.
As duas árvores pensavam, irmanados nessa amizade, que nada sobre a terra poderia destruir esse afeto. Sabiam que era puro e imaculado ao igual que sua capela, que sua pomba da paz, que suas amaneceres e suas luas.
Mas teve uma noite sem lua, em que se precipitou uma tormenta colossal, monstruosa e apocalíptica no bosque. Os céus se abriam em bocas cáusticas e furiosas, partindo as nuvens em mil lascas com suas centellas e trovões. Céfiros perversos tomaram terroristas, a posse da abóbada celeste sobre o arvoredo, e cabriolaron sua dança infernal de destruição e morte.
Nem o grande Zeus, nem Eolo, nem Minerva, puderam deter aquela orgia envilecida e diabólica que exterminava a seu passo, quanto ser vivente convivesse no parque. Os vendavais pulularon estrondosos, seccionando ramos, devastando troncos, extirpando plantas e flores. Succionando a vida naquele edén.
O demônio comandava atroz aquela festa. Ferozmente feliz de destruir engolindo a floresta, em sua garganta de fogo e raios. Com punhos ciclópeos flagelava sem piedade, as belezas vegetais que pulavam como chispas pelos ares virulentos.
Todo o bosque aullaba espantado tratando de salvar-se das tumbas irônicas que em terrível sorriso abriam seus fauces lúgubres e famintas.
Fazia muitos dias que o senhor do averno vinha enfurecendo-se vendo tanta perfeição e paz no bosque.
¡E deu o zarpazo último e devastador na árvore! O maligno partiu seu tronco sem piedade com um raio de terrível gargalhada dantesca . ¡Abriu com suas unhas assassinas o coração ensangüentado do amigo árvore! Enquanto Ela voava, convertida em águia, ignorante do que sucedia na terra, além do redemoinho encarnizado, cumprindo seus deveres no universo.
E o águia desceu veloz para a terra, tratando de cruzar como um bólido, aquela lúgubre, tétrica, e aciaga tormenta, que não a deixava ouvir a voz de seu amigo.
Transformou-se num segundo em sua árvore parceira, ficou junto, colada a seu amigo. Foi levantando-o do solo, sustentando-o com seus ramos, sanando sua ferida com a mais sublime de suas orações.
E como um fada no bosque, transformou-se numa hera. Prendeu-se pujante a seu tronco, enroscou-se granítica arredor de sua madeira, e consolidou sua raízes dentro de seu organismo. Injetou seu sangue na madeira, dando-lhe a vida que seu amigo precisava.
E as duas árvores agora unidos se transformaram para toda a eternidade no cóndor e o águia. Juntos num manhã luminoso voariam muito longe, o águia e o cóndor além de outros mundos, outros céus, outras luas. Mas sempre...¡Eternamente Juntos!
Ludy Mellt Sekher

(Extrato do livro "O Bosque"
de Ludy Mellt Sekher)
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